Eliseo Ferrer

© Eliseo Ferrer (Desde una antropología materialista).

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Aclaraciones sobre mi postura en relación a un asunto que tanto preocupa en las redes sociales en español: ¿Existió Jesús de Nazaret?

No creo que mi postura sobre la existencia o no existencia del Jesús de la historia tenga demasiado interés por sí misma para mucha gente; sí la tiene, sin embargo, creo yo, en relación a mi libro «Sacrificio y drama del Rey Sagrado»; una obra que está experimentando un fuerte impulso comercial en los últimos meses (según me transmiten de la editorial), y que debido a su carácter voluminoso (800 páginas) hace que mucha gente llegue a conclusiones apresuradas (y hasta equivocadas) sin haber leído a fondo todos sus contenidos.

Por ello, voy a intentar dejar clara mi postura al respecto… Y lo primero que quiero decir es que yo no he afirmado jamás, ni en este libro, ni verbalmente ni por escrito en comentarios o artículos, que «Jesús de Nazaret nunca haya existido». Evidentemente, yo debería estar loco de atar o ser un burro de categoría mayúscula para hacer semejantes afirmaciones dogmáticas de carácter metafísico. Lo que yo he hecho en determinados comentarios (y siempre fuera de mi libro «Sacrificio y drama») ha sido rechazar los inconsistentes argumentos que se manejan para demostrar su historicidad; es decir, oponerme, en líneas generales, a una «jesusología» poco responsable con los criterios veritativos, desgajada y aislada de la fe cristiana (de la teología), y disfrazada muchas veces de ropajes académicos.

Por lo que, consecuentemente, tampoco he afirmado jamás que «Jesús de Nazaret haya existido» y paseado sus sandalias polvorientas por la historia de Galilea y Judea. Ni he dicho jamás lo uno, ni he dicho jamás lo otro; ni en el libro «Sacrificio y drama» ni en ninguno de mis artículos y comentarios, ni en las redes sociales en las que habitualmente participo. Como se sabe, siempre lo he considerado un asunto de escaso interés cultural (si situamos la figura de Jesús fuera de la fe cristiana) y de menor cuantía intelectual (frente al gran desafío que presentan los orígenes del cristianismo): un punto tan solo dentro del dodecálogo que publiqué recientemente (en torno a las fraudulentas y estériles investigaciones sobre los orígenes cristianos), y uno de entre el millón de problemas epistemológicos y gnoseológicos que presenta una investigación rigurosa y seria sobre estas materias. En realidad (y repito), en «Sacrificio y drama del Rey Sagrado» (en cuya introducción manifiesto mi «ateísmo esencial», o filosófico) no dedico una sola línea a este asunto de la historicidad o no de la figura de Jesús de Nazaret, cuando, por el contrario, dedico 800 páginas a la genealogía, la antropología, la textualidad y la historia del mito de Cristo.

Lo que yo sí he dicho y reiterado (incluso, denunciado) en artículos, entrevistas y en ésta y otras redes de Internet (jamás en el libro citado), es que el «Jesús histórico» o el «Jesús de la historia» que nos venden ciertos divulgadores y escritores de best-sellers (considerado aisladamente y desgajado de la tradición religiosa cristiana) es una auténtica broma (por no decir una tomadura de pelo) que pone de manifiesto el talante intelectual y moral de quienes escriben este tipo de novelas de historia fraudulenta. Una broma (la de la película de «el Jesús sedicioso» o la de «el Galileo armado») que, sin embargo, mucha gente acepta, compra y consume con agrado y delectación. Por lo que, aunque solo sea por respeto hacia todas esas personas que, haciendo uso de su libertad, consumen con inocencia y candor este tipo de productos editoriales, prometo no volver a hablar de estos asuntos en muchos años, pues a fin de cuentas no es asunto que me interese ni distraiga mi atención. Quienes escriben estos libros son libres de hacerlo (siempre que queden árboles para fabricar papel), y quienes los compran, mucho más libres aún, porque además pagan por ellos.

Quede claro, y resumo, que yo no he dicho jamás en ninguna parte que «Jesús de Nazaret nunca haya existido»; pues si no encuentro pruebas y argumentos convincentes para afirmar su existencia, mucho menos aún para negarla desde unas posiciones repugnantemente metafísicas que siempre me han sido ajenas. Mis críticas, precisamente por esa falta de pruebas, se han dirigido invariablemente a una supuesta «ciencia» de «el Jesús histórico» que no es más que una construcción subcultural e ideologizada de profesores y escritores eternamente maniatados a la ideología y al folclore de la Iglesia, y que yo llamo «jesusología». Por eso, en éste, como en otros muchos asuntos (la exoantropología, p. e.), me declaro agnóstico (con alfa privativa: he aquí un provechoso sintagma creado por Thomas H. Huxley e inspirado en el gnosticismo cristiano) porque ni soy un iluminado vidente que pueda vislumbrar el pasado, ni sé, ni conozco, ni encuentro pruebas, ni me convencen los argumentos de los sacerdotes-profesores de esa fe laica que hace furor en Internet y en las redes sociales en español.

Pero que no se me diga, como muchas veces vengo oyendo por ahí que de los evangelios sinópticos y de una cita interpolada de Flavio Josefo se puede hacer «ciencia histórica» (hay tanta fatuidad que la «historia» no les parece suficiente y le añaden el vocablo «ciencia» para disimular su inconsistencia). Que no se me diga tampoco que «Jesús nunca existió» porque esto supone una desafortunada y lamentable afirmación metafísica que lo dice todo del ínfimo nivel intelectual del que la profiere. Que los creyentes hablen libremente, eso sí, y todo lo que les venga en gana sobre el «Jesús hombre» (¡faltaría más!), pues están en su derecho… Y quien decida seguir los pasos de mi agnosticismo, ya sabe… ¡En cuestiones de «jesusología», silencio!

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