Eliseo Ferrer

Sobre el arcaico simbolismo de la cruz y el largo y lento proceso de implantación del crucifijo.

Eliseo Ferrer

© Eliseo Ferrer (Desde una antropología materialista).

Presento a través de este post siete enlaces a mi trabajo:

SIGNOS Y SÍMBOLOS DEL CRISTIANISMO PRIMITIVO. EL CENTENARIO Y LENTO PROCESO DE IMPLANTACIÓN CATÓLICA DEL SIMBOLISMO GNÓSTICO DE LA CRUZ Y EL CRUCIFIJO.

Os aseguro que los asuntos que se abordan son de gran interés para todo el mundo. Asuntos que jamás nadie os ha contado:

1. El arcaico simbolismo de la cruz.

2. La cruz, emblema de la resurrección inspirado por el sol.

3. La cruz como representación y esquema del árbol sagrado.

4. La cruz, el signo de la sangre del cordero y la serpiente mosaica.

5. El triunfo de Josué-Jesús sobre los amalecitas bajo el signo de la cruz.

6. El crismón, el pez y la paloma, primeros símbolos cristianos.

7. La imagen del Buen Pastor y el nacimiento medieval del crucifijo.

Espero que los contenidos resulten de vuestro interés.

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© Eliseo Ferrer

Eliseo Ferrer

Sobre los falsos, inverosímiles y fabulosos fundamentos del cristianismo eclesiástico.

Eliseo Ferrer

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Estimados amigos: A propósito de una entrevista que me hizo Sofía G. Orlowski el pasado año 2021, ésta es la lapidaria «leyenda» que me han dedicado en un foro de ateos militantes, y que me ha sorprendido jocosamente.

Os paso enlace (arriba y abajo) a esta entrevista porque, la verdad, la tenía un poco olvidada; pero estos furibundos increyentes han venido a recordarme que tiene, más allá de la actualidad que la motivó en su día (la salida de mi libro SACRIFICIO Y DRAMA DEL REY SAGRADO en 2021), un indudable valor cultural y mitológico. Y no sé si también religioso.

Un cordial saludo a todos.

Eliseo Ferrer

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© Eliseo Ferrer

Eliseo Ferrer

Sobre la ideologizada subcultura del Galileo de sandalias polvorientas.

Eliseo Ferrer

Escrito dirigido a José Manuel Barreda, a propósito de su nuevo libro «Lucía busca a Jesús».

¿EXISTIÓ JESÚS? ¿NO EXISTIÓ?… SER O NO SER. ¿ES ESA LA CUESTIÓN?

Estimado José Manuel:

Aprovecho para saludarte y para felicitarte por tu nuevo libro, que espero tenga la calidad de tus «Apuntes sobre Jesús y el cristianismo», y que deseo leer en breve. Por lo demás, compruebo que esta nueva obra tuya sigue manteniendo vivas tus antiguas preocupaciones en torno a esa onto-historiología (que yo denomino «jesusología») sobre la figura de «Jesús de Nazaret» (existir o no existir, ser o no ser): los eternos interrogantes sobre la consistencia o inconsistencia histórica del héroe evangélico: el elemento central de la narración del mito del descenso a la tierra y la encarnación del Espíritu-Sabiduría en forma de Hijo de Dios.

Pero, comoquiera que hubiera podido felicitarte en línea privada, aprovecho que has abierto un foro de discusión para transmitirte también algunas reflexiones sobre esos enigmas (¿existió Jesús?) que, a lo largo de los años, no dejan de preocuparte, y que a mí me sorprenden enormemente. Pues solo dentro de los límites de una cultura y una civilización ateo-cristiana, cristiana, europeo-americana y etnocéntrica, que vive prisionera de los textos del Nuevo Testamento y de la interpretación que hizo de los evangelios la Iglesia de finales del siglo segundo, puede causar preocupación y convertirse en tema recurrente un fenómeno hermenéutico nunca planteado en ninguna de las otras culturas y religiones del resto del mundo: la historización del mito de Jesús o, si lo prefieres, la lectura literal de unos textos que hablan del mito de la carnalización del Espíritu divino.

Tres asuntos clave

…Porque la resolución del enigma y la clave de toda esta discusión (sobre si «Jesús» existió o no); de esta «jesusología» que lleva ya dos siglos y medio en marcha con infructuosos resultados, está ahí: en el mito de la encarnación (platónica) del Espíritu-Sabiduría en forma de Hijo de Dios. En el conocimiento científico, antropológico e histórico (y no en lo que dijera Ireneo de Lyon o Tertuliano, o lo que enseñan en las facultades de teología), de lo que fue en la antigüedad el mito de la encarnación de un dios o un hijo de dios.

Todo el problema, inevitablemente, viene de la interpretación que los obispos de la Iglesia hicieron de esta narración mítica en el siglo segundo, con su particular y simplista lectura de los evangelios (literatura midrásica y no biografía ni crónica herodiana); pues estos buenos señores nunca supieron qué hacer o dónde meter la complejísima y refinada teología del gnosticismo cristiano. Todo el problema viene, en definitiva, de que estos obispos «judaizantes» (con Ireneo de Lyon a la cabeza) tuvieron que combatir en el siglo segundo al obispo Marción, a los docetistas en general, y a los gnósticos en particular, y no encontraron mejores argumentos que los que les ofrecía la transformación de la narración mítica (la leyenda aparentemente fabulosa) en una realidad indiscutible que respaldaron posteriormente los dogmas de los sucesivos concilios. ¡Dios y hombre verdadero!

Por supuesto, los textos de los evangelios (que lo que narran es ese mito de la encarnación de un ser divino, que viene al mundo con una finalidad salvífica), antes de ser editados definitivamente a finales del siglo segundo, tuvieron un contexto: el del judaísmo marginal y helenizado de finales del Segundo Templo. Un contexto reflejado en la literatura sapiencial, el profetismo, la apocalíptica, el protognosticismo y el gnosticismo cristiano anterior a la constitución (histórica y no legendaria) de la Iglesia. Todos estos movimientos están perfectamente documentados en lo que se conoce como «literatura intertestamentaria judía» o «apócrifos judíos».

Desde mi punto de vista, estos tres asuntos (conocimiento cabal del mito de la encarnación, conciencia de lo que fueron en origen los evangelios y estudio del contexto literario de los apócrifos judíos del periodo del Segundo Templo) son claves para entender el nacimiento del cristianismo como prolongación, tras la destrucción del Templo de Jerusalén (año 70), de un judaísmo mesiánico de carácter marginal, místico y espiritual. Un judaísmo que utilizaba la lengua griega (y no el arameo), y que se manifestó como la continuidad de ideologías judeo-helenísticas anteriores.

Modestamente, y si me lo permites, voy a hacer algunas observaciones introductorias a estos tres asuntos, que yo considero muy importantes y pueden interesar a algunos de los lectores de este foro.

El mito de la encarnación de la divinidad

Hay que empezar reconociendo que no fue Cristo quien se encarnó en Jesús de Nazaret, como afirman muchos piadosos catequistas y desinformados profesores universitarios. Tampoco cargaron sobre las doloridas espaldas de «un Galileo rebelde» (Jesús) la pesada carga de la teología, como opinan muchos historiadores de tercera o cuarta categoría. En un sentido emic, lo que relatan los textos evangélicos es la encarnación del Espíritu-Sabiduría-Hijo de Dios en la doble figura judaica de Jesús-Josué / Mesías-Christós; a través de cuya narración mítica el Hijo de Dios se hacía hombre.

Si bien, en un sentido etic, hemos de descubrir el carácter alegórico y simbólico de esa narración; la cual, más allá de la lectura literal (el Hijo de Dios se hace Hombre) y en una lectura más profunda, nos transporta a la idea gnóstica del componente divino (la chispa de luz) en el interior de los hombres.

Como bien decía Campbell, a quien recomiendo leer, «en realidad, Dios no se hacía Hombre, ni divinizaba y adoptaba a un ser humano; sino que el hombre, el propio mundo, se sabía divino; de cuya experiencia antropológica se derivaba un campo de inagotable profundidad espiritual». He aquí el secreto y la base del mito de la encarnación de la divinidad.

Y lo mismo opinaba el teólogo Rudolf Bultmann, quien entendía que el mito de la encarnación aludía y explicaba, a través de una narración fabulosa, el componente divino de hombres, que se sentían muy superiores a lo animales y al resto de la creación.

¿Qué son los evangelios?

Los evangelios no son biografías, ni crónicas de la historia herodiana, por más que les pese a muchos sedicentes historiadores. Como he dicho más arriba, «el texto de los evangelios es el relato de la encarnación del Espíritu-Sabiduría-Hijo de Dios en la doble figura judaica de Jesús-Josué / Mesías-Christós; a través de cuya narración mítica el Hijo de Dios se hacía hombre».

Uno de los errores más importantes de la investigación deriva de la incapacidad (y la ignorancia) para entender que los evangelios (en un sentido amplio, que incluye a canónicos y gnósticos) fueron. en origen, literatura midrásica (Midrash-Pésher): textos alegóricos y simbólicos inspirados en motivos escriturarios, que implicaban varios niveles diferentes de lectura e intentaban explicar el mundo en el que vivían sus redactores. Una literatura desarrollada, en origen, sobre el trasfondo de los arquetipos de la ideología apocalíptica (revelación, reino de Dios, juez celestial, juicio final, resurrección, etc.) en transición a un protognosticismo de base pre-paulina o paulina (revelador, descenso del Espíritu-Hijo de Dios, salvación, regreso a los cielos, etc.).

En este sentido, recomiendo a todos un libro de 2008, pero que ha llegado muy recientemente a mis manos. Se trata de «Textos fuente y contextuales de la narrativa evangélica. Metodología aplicada a una selección del evangelio de Marcos», de Miguel Pérez Fernández.

Además, remito a los lectores a las páginas de mi libro «Sacrificio y drama del Rey Sagrado» (549-594), donde expongo los particulares métodos de interpretación y estudio de las Escrituras y la construcción de nuevos textos en el judaísmo de la época.

La literatura intertestamentaria

Resulta sorprendente la ignorancia muy generalizada entre los cristianos de lo que se conoce como «apócrifos judíos intertestamentarios» (en este apartado, recomiendo la monumental obra de Alejandro Díez Macho en cinco volúmenes), quienes, junto a la obra de Filón de Alejandría y algunos textos de Qumrán, constituyen la base de las teologías del gnosticismo cristiano y del cristianismo católico de la Iglesia. Se trata de construcciones textuales que, basadas en las metodologías Midrash-Pésher, rescatan, invariablemente, figuras y temas escriturarios del Antiguo Testamento para injertarlos en la problemática (apocalíptica, sapiencial o protognóstica) y ofrecer respuesta a los interrogantes y preocupaciones del momento histórico de sus redactores. Así, encontramos las «Odas de Salomón»; la «Sabiduría de Salomón»; los «Salmos de Salomón»; el «Apocalipsis Siriaco de Baruc (II Baruc)»; «IV Esdras»; el «Libro de las Parábolas de Henoc (1 Henoc)»; los «Oráculos Sibilinos»; la «Asunción de Moisés»; los «Testamentos de los Doce Patriarcas»; el «Libro de los jubileos»; el «Apocalipsis de Moisés»; la «Vida de Adán y Eva»; «José y Asenet»; «Oración de Manasés»; «2 Henoc»; «3 Henoc»; «Ascensión de Isaías»; «Testamento de Adán»; «Testamento de Job»; «Testamento de Moisés»; «Testamento de Abraham»; «Testamentos de Isaac y de Jacob»; «Testamento de Salomón»; «Apocalipsis de Adán»; «Apocalipsis de Abraham»; «Apocalipsis de Elías»; «Apocalipsis de Sofonías»; «11QMelquisedec»; etc., etc., etc.

Es decir, en la literatura apócrifa judía inmediatamente anterior y posterior a las guerras macabeas encontramos a Adán, Eva, Henoc, Abraham, Isaac, Jacob, José, los doce patriarcas, Melquisedec, Moisés, Sofonías, Isaías, Elías, Baruc, Esdras, etc., etc., etc. Y tras esta retahíla interminable de títulos que llevan consigo un sinnúmero de figuras veterotestamentarias, a mí me resulta enormemente sospechoso que no aparezca la importantísima figura del salvador Josué-Jesús, hijo de Nun (el pez), quien nada más llegar a la Tierra Prometida atravesó el Jordán (a modo de rito de iniciación) y eligió a doce discípulos que amontonaron doce piedras en señal de conmemoración.

Y yo me pregunto finalmente, ¿no tendremos el midrash de Josué-Jesús, hijo de Nun, ante nuestras narices, en la narración del Jesús-Josué de los evangelios, sin quererlo ver? ¿No será que los arboles de la lectura literal de estos textos y la dogmática de la Iglesia no nos dejan ver la evidencia de la frondosa selva de los orígenes?

He aquí una propuesta sobre la que yo no me he pronunciado todavía. pero que presento a tu consideración: una hipótesis abierta a la inteligencia de investigadores con ganas de aprender por sí mismos (no loros acatarrados), valientes, comprometidos e irreductibles.

Un cordial saludo. / Eliseo Ferrer

Eliseo Ferrer

© Eliseo Ferrer

Eliseo Ferrer

Sobre los contextos culturales confluyentes en el judeo-cristianismo del siglo primero.

Eliseo Ferrer, Antonio Piñero, Antonio Fernández Benayas

© Eliseo Ferrer (Desde una antropología materialista).

Carta a un católico practicante, Antonio Fernández Benayas. / Piñero no dijo eso… (que tú dices que dijo).

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I

Amigo Antonio: Muchas gracias por invitarme a participar en este interesante debate; gentileza que correspondo con mi presencia en carne mortal, tal y como te prometí hace dos semanas, pues antes me ha sido imposible por motivos de trabajo. Lo importante, en definitiva, es que haya llegado a tiempo, antes del cierre definitivo del foro de acuerdo a las normas de Academia.edu.

Y lo primero que quiero decirte es que sometes a debate público un artículo realmente interesante en su contexto confesional sobre el que, aparte del elogio, no puedo poner la más mínima objeción. El contendido de los cuatro folios que presentas resulta realmente impecable, desde el punto de vista de la ideología y de la cultura católica (a las que, como bien sabes, yo respeto sin estar adscrito); al tiempo que ofreces una perspectiva que huye tanto de los tópicos como de las posiciones doctrinales más divulgadas de la Iglesia. Pero, desde mi punto de vista, esa coherencia y brillantez en la búsqueda de nuevas vías interpretativas dentro de la doctrina católica se resquebraja de forma un tanto chocante y sorprendente en el primer párrafo (que no te duela la crítica), donde expones el texto que explica los motivos que te han llevado a escribir y a presentar a discusión el artículo.

El trabajo lleva por título «La gran esperanza de los hijos de Abraham»: un evidente guiño a la historia cristiana por venir desde el antiguo Israel, dentro de lo que yo considero los habituales planteamientos atemporales del discurso y de la ideología católica; lo cual no toca abordar en estos momentos… Por lo que no voy a poner la más mínima objeción a un trabajo que rezuma coherencia contextual eclesiástica, pero con el que no me identifico, como bien sabes. Sin embargo, en el primer párrafo me ha sorprendido y desconcertado enormemente encontrarme con lo siguiente afirmación: «A diferencia de la ocurrencia de don Antonio Piñero, para el cual la raíz del Cristianismo («Egipto y los orígenes del cristianismo») ha de buscarse a orillas del Nilo, pocos siglos antes de nuestra era, somos muchos millones los que creemos y vemos acreditado por la Historia que, precisamente, el Pueblo de Israel, con sus básicas creencias, tomó forma en base a la Gran Promesa de lo que bien se puede considerar la revolución cristiana». Y, luego, continúas a lo tuyo… que, como buen católico, consiste en presentar la historia (y las Escrituras judías) como un plan de Dios que se cumple con la llegada en Belén del Mesías-Christós prometido en los textos hebreos.

Antonio, debo decirte en primer lugar que, con este primer párrafo, da la sensación de inicio, cuando uno empieza a leer, que muchos católicos cultos (no todos, aquí mismo en Academia tienes al profesor Jacinto Choza, por ejemplo) seguís negando en redondo cualquier investigación no confesional sobre los orígenes del cristianismo que desbarate y ponga en solfa vuestros planteamientos doctrinales basados en el revisionismo judaizante católico de finales del siglo segundo. Ya sabes… La historia como plan del dios de los judíos que comienza con la creación del mundo, manifiesta su dirección y su sentido salvífico en la profecía (promesa-cumplimiento) y termina con la venida del Hijo Salvador (Mesias-Christós), el juicio final y la resurrección de los muertos (una concepción mitológica de la historia que, siento herir tu sensibilidad, no es genuinamente cristiana ni judía, sino persa y zoroastriana).

En segundo lugar, Antonio, debo hacerte una seria amonestación y recordarte en relación a ese primer párrafo de tu artículo que tu tocayo Antonio Piñero no ha dicho jamás ni ha insinuado nunca semejante barbaridad (que el cristianismo nació a orillas del Nilo); algo que tú te sacas de la manga no se sabe basado en qué conjeturas o en qué criterio interpretativo. Sabes muy bien que no soy un turiferario del catedrático emérito, ni un numerario de su escolanía, y que le he criticado con implacable rigor cuando ha sido necesario (sobre todo a raíz de sus incomprensibles cambios de postura de los últimos años); pero la misma fuerza moral que me ha llevado a la crítica inclemente de algunas de sus posturas, me lleva hoy a su defensa frente las erróneas afirmaciones del primer párrafo de tu trabajo. Y te voy a explicar por qué…

No estoy absolutamente seguro, pero creo adivinar que adjudicas indebidamente a Piñero ese bárbaro reduccionismo (considerar al cristianismo como un movimiento surgido en Egipto), basándote en el título de un artículo suyo que citas entre paréntesis: «Egipto y los orígenes del cristianismo». Sinceramente, Antonio, si estoy en lo cierto y se trata del artículo de Piñero que tengo en mente y que un día lejano de 2012 o 2013 leí, subrayé y guardé (tanto que, salvo unas fichas, ahora no lo encuentro), he de decirte que has hecho un pan como unas tortas: has hecho una pésima y deformada lectura y peor interpretación de lo que en él se dice y valora. O quizás ni siquiera lo has leído.

Por lo que creo recordar, a finales del siglo pasado Fernández Sangrador había publicado el libro «Los orígenes de la comunidad cristiana de Alejandría», y supongo que Piñero escribiría ese trabajo unos años después, porque dedicaba varias páginas a esta interesante obra, que yo leí mucho tiempo después de haber leído el artículo de marras del catedrático emérito. Un artículo que, por lo que recuerdo, e independientemente de que estuviese inspirado en la obra de Fernández Sangrador, en aquellos momentos resultó para mí de gran utilidad y provecho por su orden y claridad de conceptos. Recuerdo, por las fichas que recupero, que empezaba con una detallada y exhaustiva bibliografía patrística sobre los orígenes del cristianismo en Alejandría, que Piñero cuestionaba radicalmente para establecer un sano escepticismo en torno a las versiones canónicas sobre la génesis del cristianismo egipcio. Digamos que, a través de estas posiciones críticas, Piñero conducía a los lectores de ese artículo hacía esos territorios en los que el mundo confesional no ha entrado jamás o, si ha entrado, lo ha hecho siempre con la nariz tapada y mirando de reojo hacía otro lado. Me refiero, por supuesto, a los oscuros orígenes de la escuela de la Teología del Logos (Orígenes y Clemente); a los oscuros e indocumentados orígenes del gnosticismo cristiano alejandrino; a los textos gnósticos de Nag-Hammadi, etc., etc., etc.

Pero ciertamente, amigo Antonio, considerar todo esto como «una ocurrencia de don Antonio Piñero, para quien la raíz del cristianismo ha de buscarse a orillas del Nilo» creo que implica un trayecto de largo recorrido hermenéutico en el que media (entre el texto y tu cabeza) una desbordante y fantasiosa imaginación o un error de tamaño mayúsculo. El profesor Piñero nunca ha dicho ni escrito y ni siquiera insinuado semejante barbaridad. Al contrario, puedes encontrar innumerables testimonios por escrito en sus libros, en las redes sociales e internet en los que lanza serios aldabonazos y justificadas diatribas a determinados autores seducidos y maniatados en el estrecho reduccionismo de lo egipcio dentro de este asunto de la génesis del cristianismo.

II.

Es más, dada tu gentil y amigable invitación a participar en este foro, te diré que, a pesar de las grandes, innumerables y oceánicas diferencias que me separan del profesor Piñero (fundamental y primeramente de orden metodológico) te diré que coincido casi al cien por cien con él en lo que se refiere a los contextos culturales que confluyeron en el judeo-cristianismo de la segunda mitad del siglo primero y las primeras décadas del segundo; lo mismo que en los textos fundamentales, aunque apliquemos diferentes y muy alejadas interpretaciones. Pero, cuidado, no saquemos de madre esta sincera confesión: coincido en la confluencia de los contextos culturales y, reitero, en los textos materiales y básicos, desprovistos de hermenéutica y previos a toda interpretación… En lo que se refiere a la genuina doctrina (derivada de la interpretación y de la crítica textual) que aparece en la base del primer cristianismo, y si exceptuamos los contenidos ideológicos más genéricos de cierta literatura sapiencial, de la literatura apocalíptica y de algunos apócrifos y deuterocanónicos judíos (en lo que también estamos de acuerdo), disiento radicalmente de Piñero. Diferencia de criterio que se manifiesta de manera ostensible en dos asuntos tan importantes y esenciales en la base cristiana como son el papel de la misteriosofía (mitología salvífica de la muerte y resurrección del hijo de dios o de la diosa) y el papel de la gnosis, el protognosticismo o el gnosticismo, como quiera que lo llamemos: el mito del descenso a la tierra del salvador y el mito de la encarnación de la divinidad.

En relación al primer asunto, el de la misteriosofía, creo que la popularidad, el éxito mediático y el interés comercial (es una opinión muy personal mía que no tiene demasiado valor) han hecho caer al profesor Piñero en las garras de ciertas ideologías y poderes algo diferentes de las ideologías y poderes dominantes en los que siempre estuvo cobijado, financiado y estabulado: la Iglesia, el funcionariado y el mundo académico. En relación al segundo asunto, el del gnosticismo cristiano, ocurre algo parecido, aunque su proceder es mucho más claro, transparente e inequívoco: Piñero es un profesor que carece de ideas propias y sigue a pies juntillas las pautas decretadas en el Coloquio de Mesina sobre los orígenes del gnosticismo (1966), en el que ciertas ovejas pardas, inspiradas en los trabajos de Bousset, Bultmann y Widengren (Hans Jonas, Robert M. Grant, Jean Daniélou, Marcel Simon, Gilles Quispel desde la distancia o el propio anfitrión Hugo Bianchi, entre otros (creo que no invitaron al gran Antonio Orbe)) intentaron sacar las patitas del tiesto de la formalidad académica. Pero se lo impidieron los guardianes de la tradición y de lo «políticamente correcto», rasurando sus pezuñas sin miramiento; de tal forma que, finalmente, y para satisfacción del establishment, todo quedó atado y bien atado… Todo quedó pautado y predeterminado, incluida la terminología y el lenguaje a utilizar en los ámbitos del mundo académico (¡lo que oyes, Antonio! ¡el propio lenguaje, que es como decir que inventaron y pautaron, domesticaron, la propia realidad!); todo ello con el objetivo de que las tradiciones eclesiásticas y ciertas falacias académicas siguiesen su curso y su inercia docente sin menoscabo ni desdoro de muchas vidas e investigaciones inútiles estrelladas contra los acantilados de la verdad y el tiempo, que diría Borges.

Es decir, el profesor Antonio Piñero, como filólogo que es realmente, carece de una teoría unificada del cristianismo (por decirlo de una forma que todo el mundo lo entienda); algo que disimula bajo una innegable erudición profesoral y unos descomunales conocimientos del judaísmo del Segundo Templo. Lo cual lo digo a título meramente descriptivo y no como crítica hacia su papel como profesor ni como una crítica hacia su persona, pues nada ni nadie le obliga a presentar «una teoría unificada del cristianismo». Digamos que el profesor Piñero practica una suerte de bricolage intelectual más o menos brillante (valga la metáfora) sobre una parte (ojo, subrayo el carácter parcial) de un constructo teológico que, dieciocho siglos después, sigue mostrando a las claras la misma factura y la misma patente original de la Iglesia católica de Ireneo. Lo suyo, como todos sabemos, es «el Jesús histórico» y sus lecciones públicas sobre determinados aspectos culturales y religiosos del judaísmo de la época. Que ya es mucho, como diría el castizo, dado el escaso horizonte intelectual que tienen todos estos asuntos en la lengua de Lope y Quevedo.

Y III

Ahora bien, amigo Antonio, llegado a este punto, te preguntarás, como se preguntarán muchos lectores, qué es eso de los contextos culturales confluyentes en el judeo-cristianismo de la segunda mitad del siglo primero, materia en la que estoy completamente de acuerdo con el catedrático emérito y que la mayoría de los autores confesionales dejáis de lado por diferentes razones y motivos… Legítimo y natural interrogante que surge motivado por la desorientación y el caos informativo que produce la total y absoluta ausencia de metodologías rigurosas (la falta de claridad, en suma) dentro de un campo de investigación donde sedicentes expertos (no hablo de don Antonio Piñero, por supuesto) parlotean como loros y cotorras al son de los ecos de tambores lejanos o escriben tesis y artículos de meritoriaje que copian de otros artículos y textos. Mucho más legítima la pregunta, si tenemos en cuenta que, más allá de una veintena de verdaderos especialistas dentro del ámbito de la lengua española, la gente culta (ya no hablo del resto del personal) oye o lee el sintagma «contexto cultural» como el que oye silbar el viento o escucha caer la lluvia desde la cama. Dado su carácter abstracto e inconcreto, hablar de influencias y de contextos culturales en un constructo cultural determinado equivale a no decir absolutamente nada, si no relacionamos esas influencias con los textos y materiales disponibles en un determinado espacio-tiempo; si no interpretamos el contenido de esos mismos textos y restos arqueológicos con espíritu crítico, y si no destilamos la interpretación resultante dentro de los esquemas ideológicos y doctrinales de carácter objetivo (que habrá que transformar o validar) y que nos permiten acercarnos a la posible realidad pretérita.

Voy a poner un ejemplo muy claro para que todos los lectores entiendan a la perfección de qué estoy hablando… Voy a referirme a las influencias del zoroastrismo persa en el judeo-cristianismo de la segunda mitad del siglo primero, para mí importantísimas y fundamentales (como para Meyer y Reitzenstein, y más recientemente para Widengren, Boyce, Hultgård, Hinnells y otros integrantes de la corriente conocida como «Historia de las Religiones», así como para Piñero, aunque en menor medida), pues ofrecen las claves de toda la literatura y la ideología apocalíptica de la época helenística (griega, judía o cristiana). Algo que no oirán jamás ni leerán en los textos de la gran mayoría de los profesores españoles e iberoamericanos, totalmente esclavos de la teología de la Iglesia y de sus seculares preconcepciones y prejuicios. Lo que oirán y leerán repetida y machaconamente es el tópico y la inocua cantinela de que el zoroastrismo aportó al judaísmo y al cristianismo las figuras de los ángeles y los demonios, y, como mucho (todo un atrevimiento), la idea de la resurrección de los muertos. En los centros académicos, por otra parte, se habla mucho de la cultura del helenismo, no voy a negarlo, pero se habla muy poco o nada de los dos siglos de dominación persa sobre Judea tras el cautiverio de Babilonia. En este sentido, por ejemplo, no se dice absolutamente nada (no sé si por ignorancia o por perversidad ideológica) sobre la verdadera génesis de la concepción lineal del tiempo y de la historia, que hoy practica la humanidad entera. Una construcción mental que tiene su origen en la historia sagrada del zoroastrismo, presentada como plan de Dios (idea básica de la apocalíptica) para salvar a los benditos, y cuya influencia fue determinante en el judaísmo y más tarde en el cristianismo. No, la concepción lineal del tiempo frente a la concepción cíclica de la temporalidad no fue una creación del judaísmo, sino de las doctrinas del zoroastrismo, quienes concibieron la historia como la duración sagrada que transitaba entre la creación del mundo por Ahura Mazda y la venida del definitivo salvador Saoshyant, el juicio final y la resurrección de los justos a un nuevo eón. Algo así como una línea sucesiva en el tiempo en la que los piadosos y los benditos debían elegir libremente entre el bien y el mal, a la espera del triunfo definitivo del bien y de la salvación final. Por supuesto, tampoco se dice absolutamente nada de lo que, muy probablemente, y según mi criterio, pudo ser el germen del emanantismo platónico, presente de forma explícita en la religión de Ahura Mazda (la primera religión revelada y también la primera religión del libro, el Avesta). Pues el zoroastrismo reemplazó las antiguas divinidades mitológicas de los tiempos védicos por los dos «espíritus gemelos» (Spenta Mainyu y Angra Mainyu), por los Amesha Spenta (Aməša Spəṇta, los santos benefactores) y otras manifestaciones divinas conocidas como «Yazatas»: arcángeles y ángeles mediadores entre Dios y el mundo, y guía de los hombres: seres espirituales e hijos emanados de la divinidad todopoderosa (verdaderas personas divinas) que, lejos de todo politeísmo, aparecían subordinadas al Señor, al tiempo que integraban su propia esencia.

Así, y no de otra forma, es como podemos llevar al terreno de lo concreto unas declaraciones de intenciones (las influencias y las confluencias de determinados contextos culturales) que por sí mismas no dicen nada e incluso se prestan a ser manipuladas y deformadas por intereses de uno u otro tipo. Dentro de esos campos de influencia cultural o religiosa, muchas veces intercomunicados y solapados, el material textual y documental, y su correcta interpretación, han de ofrecernos contenidos que podamos verificar dentro (o en contra) de los esquemas ideológicos y doctrinales presentes en toda génesis de un constructo socio-cultural determinado.

Y no me voy por las ramas, Antonio: retomo el hilo de mi discurso… La pregunta de qué son eso de «los contextos culturales confluyentes» en los orígenes cristianos ha surgido por un proceso de encadenamiento de ideas que ha venido desarrollándose a través de todo este texto: de tu error de apreciación en tu primer párrafo, de mi crítica hacia ti y de mi obligada defensa de tu tocayo don Antonio, ya que Piñero nunca dijo la barbaridad que tú dices que dijo. Lo que dijo y dice el catedrático jubilado de la Universidad Complutense, y con quien reitero mi total aquiescencia y conformidad en el plano genérico, abstracto y prehermenéutico (cojo al azar uno de sus muchos textos) es que: «El pensamiento egipcio influye poderosamente en la teología real de Israel y en la filiación divina del monarca. Y de ahí el mesías, mezcla indisoluble de profeta, sumo sacerdote y rey. E influye igualmente el pensamiento egipcio en la sapiencia moral de Israel, pero infinitamente menos que el babilónico y la religión persa. […] La Biblia hebrea es gran parte de teología cristiana, pero filtrada, a través de los Apócrifos de esa misma Biblia hebrea y los deuterocanónicos de los siglos II a. C. en adelante (Eclesiástico, Sabiduría) y otros libros muy tardíos de la Biblia hebrea (Qohelet o Eclesiastés y Libro de Daniel: del 250 y 165 a. C. respectivamente)».

Así se explicaba esta pasada primavera de 2022 en una carta pública dirigida a Llogari Pujol; pero podría ofrecerte otros muchos textos de libros y artículos suyos donde Piñero manifiesta el mismo punto de vista. En el texto que cito, no habla, por supuesto, de platonismo ni de filosofía griega (ni de derecho romano), pero esto es algo que hay que darlo por sobreentendido porque se encuentra en todos y cada uno de los rincones de su obra. Supongo, por lo demás, que no habrás olvidado la vieja «ocurrencia» de don Miguel de Unamuno.

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© Eliseo Ferrer

Ellseo Ferrer

Actitud favorable del mundo académico sobre SDRS.

Eliseo Ferrer

Estimados amigos: A través de la presente nota os informo de que, tras haber sido objeto de una docena de reseñas universitarias ampliamente satisfactorias, durante estas semanas prenavideñas (2022) celebramos debate abierto en Academia.edu sobre mi libro SDRS.

Os dejo algunos enlaces para que valoréis la positiva respuesta:

—Journal of the Sociology and Theory of Religion: Acceder.

—Biblical Criticism & History Forum: Acceder.

—Universidad de Tubinga: Acceder.

—Universidad de Valladolid: Acceder.

—Universidad de Sevilla. David Florido: Acceder.

—Universidad de Zaragoza: Acceder.

—Universidad del Estado de Michigan: Acceder.

—ARIES. Antropólogos Iberoamericanos en Red: Acceder.

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ORCID. OPEN RESEARH CONTRIBUTOR. Acceder a ORCID.

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Como digo, hasta el 31 de diciembre celebramos un interesante debate de carácter académico dentro de la red social Academia.edu sobre mi libro SACRIFICIO Y DRAMA DEL REY SAGRADO (Genealogía, antropología e historia del mito de Cristo. Madrid. 2021).

Anoto el enlace de un PDF de setenta páginas con el preámbulo del libro, el índice de materias y la bibliografía. Utilizamos este texto como base  de discusión y debate.

Descarga PDF. Introduccion, indice y bibliografia

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© Eliseo Ferrer

Eliseo Ferrer, Jorge Liberati

Entrevista. Por Jorge Liberati, Revista Relaciones (Montevideo).

Eliseo Ferrer, Jorge Liberati, Revista Relacioners

Descargar entrevista a Eliseo Ferrer.

Por Jorge Liberati. Revista RELACIONES. Montevideo (Uruguay). Noviembre de 2023. Nº 474.

Entre los cultos mistéricos y el gnosticismo / Una construcción fruto de un proceso milenario que demanda la presencia de la antropología, de la protohistoria y de la historia antigua.

Cuatro intensas páginas en las que un materialista ateo habla a fondo del cristianismo, de la religión y de lo sagrado.

Four intense pages (Revista RELACIONES, Montevideo) in which an atheist materialist speaks in depth about Christianity, religion and the anthropological phenomenon of the sacred.

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© Eliseo Ferrer

Eliseo Ferrer, Jorge Liberati

Reseña de J. Liberati (Montevideo) al libro SDRS.

Eliseo Ferrer, Jorge Liberati, Revista Relaciones

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Revista RELACIONES. Montevideo (Uruguay). Julio de 2023. Nº 470.

El escritor y crítico uruguayo comentó lo siguiente en su reseña del libro «Sacrificio y Drama del Rey Sagrado:

En torno a la formación del mito de Cristo: «De una primera lectura de la obra surge que toda la literatura generada por o asimilada a la tradición católica, desde sus inicios hacia finales del siglo II de nuestra era, especialmente su cristología, el destino escatológico del mito (muerte y resurrección) y el significado soteriológico de Cristo (como Salvador), resulta solo un breve capítulo en la gran historia cuyos orígenes inmediatos se remontan al lejano pasado».

«Este monumento, refinado instrumento de demostración teórica y fáctica al servicio de una tesis indiscutiblemente capital, reviste una gran belleza ensayística. Puede interpretarse como exploración extensiva en el territorio historiográfico más complicado, de tránsito escabroso y múltiples senderos. Territorio en general amojonado por la pasión religiosa, el fervor místico. la fantasía o aun la magia. Pero también como indagación intensiva, como arrojado y honesto buceo en un mar documental, a veces demasiado en calma y otras veces demasiado borrascoso, en el que abunda la tergiversación milenaria y testimonios que resultan casi siempre copias de copias a través de siglos».

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© Eliseo Ferrer

Eliseo Ferrer

Los libertarios españoles elogian el libro SDRS.

Eliseo Ferrer

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Estimados amigos: A través de la presente nota os informo de que, tras haber sido objeto de una docena de reseñas universitarias ampliamente satisfactorias, durante las semanas prenavideñas (2022) tuvimos un debate abierto en Academia.edu sobre mi libro «SACRIFICIO Y DRAMA DEL REY SAGRADO (Genealogía, antropología e historia del mito de Cristo)» que resultó sumamente interesante y alentador. Participaron más de cuatrocientas personas (en español e inglés) y la valoración del balance fue realmente positiva. Digamos que el mundo académico (o la representación que participó) se pronunció favorablemente de forma muy mayoritaria. Pues solo de forma residual aparecieron algunas críticas de escaso fundamento y nulo valor intelectual provenientes de sectores recalcitrantes y extremos: evangélicos fundamentalistas y católicos tridentinos.

Por lo demás, el año 2022 acabó con una gran noticia, ya que recibimos el número de verano de la prestigiosa revista libertaria LIBRE PENSAMIENTO, donde un escrito de su director, Jacinto Ceacero Cubillo, dedicaba tres extraordinarias páginas al libro de marras.

Adjunto PDF con estos comentarios de la revista LIBRE PENSAMIENTO.

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© Eliseo Ferrer

Eliseo Ferrer

El Cristo Solar de la Resurrección, Más Allá del Mero Simbolismo Eclesiástico.

Eliseo Ferrer

© Eliseo Ferrer (Desde una antropología materialista).

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Mas allá del mero simbolismo, encontramos en Juliano una relación de identidad (de «mismidad») entre Helios-Sol y el «Hijo Unigénito» («el único») que permite el intercambio nominal o la sustitución de los términos sin variar sus significados. El jesuita Antonio Orbe lo entendió también con mucha claridad cuando manifestó que «los teólogos solares adaptaron la tradición pitagórica sustituyendo el Logos por el Sol, que dirigía, desde el centro de las esferas planetarias, el coro de las Musas y producía el acorde sinfónico que aseguraba la unidad del mundo. Tal adaptación, sensible entre los estoicos del siglo primero, alcanzó largo éxito y había de llegar hasta los platónicos del Renacimiento». Es decir, a partir del platonismo y del estoicismo, el Sol, más allá de ser un símbolo de la vida en la tierra, un evidente paradigma de inmortalidad y un agente de salvación de algunos cultos mistéricos, incluso un fetiche de adoración panteísta, se convirtió en el mecanismo clave de la teología racional (gnosticismo) sobre la que se construyó el mito de Cristo. Pues, asimilado al «fuego inteligente», el Sol acabó transformándose, en el mundo grecorromano, en un principio cósmico: «De hierofanía se convirtió en idea, siguiendo un proceso análogo al de otros dioses uránicos. […] Así, por ejemplo, la subordinación del sol a Dios recordaba el mito primitivo del demiurgo solarizado, sus relaciones con la fecundidad y el drama vegetal, etc. Pero, en general, [los nuevos rasgos] no fueron sino una pálida imagen de lo que en otro tiempo significaron las hierofanías solares; una pálida imagen que el racionalismo borró casi por completo». Ya hemos visto que, para Platón, el Sol fue la imagen del Bien, tal como se manifestaba en la esfera de las cosas visibles; para los órficos, fue la inteligencia del mundo, y, para los estoicos, la fuente del fuego inteligente que hacía posible la inteligibilidad del mundo. Pero en este contexto intelectualista, el proceso de racionalización y el sincretismo se fueron desarrollando conjuntamente hasta llegar, en los siglos cuarto y quinto, a visiones sincrético-racionalistas y elaboraciones, como la ofrecida por el emperador Juliano.

En consecuencia, solamente desde una concepción dogmática y muy estrecha de los orígenes del cristianismo puede decirse que el Sol fuese un mero símbolo de Cristo, eludiendo, como hicieron los padres de la Iglesia, los teólogos y en general toda la cristiandad, el trasfondo mítico que subyacía al judaísmo helenizado del siglo primero y el sustrato racional de la primera teología cristiana. Unos contextos culturales en los que el Sol fue mucho más que un símbolo ocasional del Logos: fue algo que pertenecía, como el Hijo manifestado, a la esencia misma del Logos, y que, en consecuencia, le otorgaba a Cristo el rango de entidad solar bajo relación de identidad y no de mero simbolismo. Y digo «entidad solar» y no «divinidad» o «dios solar», porque Jesucristo no fue, en realidad, una divinidad, sino el Hijo de Dios, el Logos, construido con los materiales de la filosofía alejandrina del platonismo medio y del eclecticismo filoniano: un héroe solar con rasgos similares a otros tantos héroes míticos presentes tanto en las Escrituras judías como en la literatura pagana. De esta forma, como Logos racional, Cristo fue el Sol (el Logos Solar), tal y como han interpretado durante veinte siglos todas las corrientes del gnosticismo cristiano. Como Salvador e Hijo de Dios, en el plano de la devoción popular, Cristo fue también un héroe solar, exactamente igual que lo fueron Josué y Sansón en el judaísmo, o Apolo, Dioniso, Marte, Mercurio, Esculapio, Heracles, Serapis, Osiris, Horus, Adonis, Némesis, Pan, Saturno, Adad e incluso Júpiter en el paganismo. Y como deidad que, además, respondía al arquetipo de la muerte y la resurrección, el Sol fue una pieza imprescindible (junto a la Luna) del lenguaje y del discurso mítico que daba razón y explicaba el significado soteriológico de su misterio redentor. No hemos de olvidar que, desde la más remota antigüedad, tal y como ejemplificaba la barca solar de Ra, el Sol había ejercido de psicopompo, transportando, tras el ocaso, por Poniente, y el descenso a los infiernos, las almas de los muertos que debían de ascender, a la mañana siguiente, hacia el reino de la luz celeste.

Si bien, la identificación de Cristo con el Sol no tuvo nada que ver, en origen, ni con el panteísmo popularizado y degenerado del mundo romano, ni tampoco con el mero «simbolismo glorioso» que le atribuyen hoy algunos teólogos contemporáneos. El Cristo-Sol de la filosofía, como toda la base gnóstica de la teología de la Iglesia, fue resultado del pensamiento y del eclecticismo alejandrino del siglo primero que, a través de Filón, contempló la fusión del platonismo interpretado por la tradición y del estoicismo de la época. Digamos que solo muy tardíamente, y tras la aparición en escena del emperador Constantino, pudo identificarse a Jesucristo con el Sol Invictus y con el dios Mitra; pero no hemos de olvidar que ello fue posible porque el mito de Cristo contenía en sí mismo, desde el judaísmo helenizado en el que había nacido, todos los ingredientes que hicieron posible la asimilación de la herencia romana posterior. Como Logos identificado con el Sol, Cristo podía recibir con todo derecho el apelativo «Invictus», que finalmente le transfirieron las autoridades del Imperio; y como Salvador y Psicopompo patrocinado desde el poder, podía perfectamente asimilarse y hasta apropiarse de las funciones del dios Mitra, sin que ello supusiese cambio o degradación alguna de su idiosincrasia originaria.  

La identidad solar y las analogías de todo tipo con la astrología aparecieron en los primeros textos del cristianismo eclesiástico y se encuentran, por lo tanto, en las páginas del Nuevo Testamento. Estuvieron presentes desde mismo momento en que el evangelio de Juany el Apocalipsis identificaron al Mesías de Israel con la Palabra del Génesis y con el Logos-Hijo de Dios de la filosofía judeo-alejandrina. Por otra parte, cuando el evangelio de Marcos trataba de demostrar la resurrección mediante las condiciones y disposición de la sepultura y del descubrimiento de la tumba vacía, situaba estas imágenes en la mañana del domingo (el día del Sol) y justo a la hora del sol naciente. Si bien, hemos de reconocer que no sería hasta mucho tiempo después cuando, en el siglo cuarto, quedaría instituido el dies Solis, o domingo, como el día del Señor.

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© Del libro SACRIFICIO Y DRAMA DEL REY SAGRADO. pp. 665-692.

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Eliseo Ferrer

Astrología y Culto Solar en el Mundo Tardoantiguo Grecorromano.

Eliseo Ferrer

© Eliseo Ferrer (desde una antropología materialista).

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Conviene recordar una vez más que no caben definiciones intemporales y ahistóricas en nuestra tarea; que el culto solar y la astrología, lo mismo que los mitos o las divinidades antiguas, nunca manifestaron una sustancia invariable ni presentaron los mismos contenidos en todo momento y circunstancia. Casi me cuesta trabajo reiterar que la heterogeneidad de relatos míticos referenciados en al aparente movimiento cósmico de la tierra, el sol, la luna o las estrellas, fueron resultado de la construcción cultural de diferentes pueblos a lo largo de miles de años de historia; cuyo comienzo, a nuestros efectos, hemos situado en el Neolítico, pero que en realidad se pierden en la oscura noche de los tiempos de la prehistoria. Ni siquiera las denominaciones «culto solar» y «astrología», en la línea que seguimos, han sido conceptos invariables a lo largo del tiempo. Por lo que entiendo que una posición esencialista y racionalista sobre estos asuntos no nos conducirá más que a la corta perspectiva de unas anteojeras que miran al pasado a través de las quimeras y los prejuicios del universo simbólico de nuestro propio mundo.

La otra observación preliminar va dirigida a disipar los excesos de ese racionalismo moderno que ha presentado el culto al sol a través de dos perspectivas aparentemente diferentes, pero en el fondo coincidentes. Una, la de aquéllos que encontraron y universalizaron la devoción solar en lo que, sin ningún fundamento, denominaron «los orígenes de la humanidad» o «el principio de los tiempos». Y la segunda, la de aquellos otros que llegaron a la misma conclusión, pero, lejos del origen, descubrieron una supuesta universalidad y totalización del culto astral-solar a lo largo del transcurso del tiempo. La primera posición, mantenida hoy en determinados círculos esotéricos y de gran aceptación en cierta subcultura de Internet, viene a ser algo así como una suerte de difusionismo primigenio de carácter inmanente: una «revelación» panteísta, anterior al principio de la historia, que vería al Sol como representación suprema, tendría su origen en el mito de la Atlántida y hallaría su realización fáctica en el antiguo Egipto. La otra posición, de mayor complejidad y de más entidad y nivel que la anterior, fue sin duda la mantenida por Max Müller y los discípulos de su escuela, quienes interpretaron todo el sistema de la mitología como un discurso narrativo derivado exclusivamente de la perspectiva del movimiento de los astros y del espectáculo del cielo. Y entre una y otra posición encontramos al singular autor francés Charles François Dupuis, quien, en su obra Compendio del origen de todos los cultos, escrita en plena Revolución francesa, consideraba al sol, a la luna, a las estrellas y a los planetas como los referentes indudables y únicos de todos los credos religiosos. Digamos que, influidos por el neoplatonismo renacentista florentino, por Macrobio y por la tradición hermética, los racionalistas de la modernidad del siglo dieciocho interpretaron la religión como un discurso descontextualizado y ahistórico referido a los fenómenos terrestres en relación a los celestes; considerando que los mitos antiguos no eran sino un lenguaje didáctico fundado exclusivamente en combinaciones astronómicas.

Como reconocía Eliade, se creía antaño, en los tiempos heroicos de la Historia de las Religiones, que la humanidad entera había conocido el culto al sol. Los primeros intentos de la mitología comparada encontraban prácticamente en todas partes vestigios de este culto. Sin embargo, ya en 1870, un etnólogo de la categoría de Adolf Bastian hizo notar que el culto solar solo aparecía, de hecho, muy aisladamente y en muy pocas regiones del mundo. Y, medio siglo más tarde, James G. Frazer, volviendo a ocuparse del problema, hizo notar la inconsistencia de los elementos solares en África, Australia, Melanesia, Polinesia y Micronesia. «Inconsistencia que aparecía también, con muy pocas excepciones, en América del Norte y del Sur. Solo en Egipto, en Asia y en la Europa arcaica eso que se ha dado en llamar “culto al sol” gozó de un favor que, en ocasiones, como en Egipto, pudo llegar a tener una verdadera preponderancia». A lo que cabe añadir que, al otro lado del Atlántico, el culto solar no se desarrolló más que en Perú y en México; es decir, en los dos únicos espacios americanos precolombinos con cierto nivel de civilización y de desarrollo cultural.

Efectivamente, hubo un culto solar propiamente dicho en Egipto, primero a través de Ra, y, a partir del Imperio Nuevo, tras «la osirización de éste y la solarización de Osiris-Horus», en la amalgama soteriológica representada por Ra-Osiris-Horus. Hubo culto solar en determinadas tribus indoeuropeas, en algunos pueblos asiáticos, en Mesopotamia y en Siria. Hubo una teología racionalista de carácter astral entre los filósofos e ilustrados griegos creadores del Logos solar. Se dio estricta adoración solar en el culto imperial romano del siglo tercero, importado desde Siria por Heliogábalo y reinstaurado, más tarde, con otras formas y presupuestos, por Aureliano. Y se produjo un sorprendente sincretismo solar en los dos últimos siglos del Imperio romano, bajo cuya teología se integraron los arcaicos mitos cosmológicos, readaptados a las religiones de misterio, y las nuevas concepciones astrológicas y solares llegadas desde Siria y Mesopotamia.

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© Del libro SACRIFICIO Y DRAMA DEL REY SAHRADO. pp. 343-364

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© Eliseo Ferrer