Eliseo Ferrer

LO QUE. NO TE ENSEÑA LA UNIVERSIDAD NI RE CUENTA EN LA IGLESIA

© Eliseo Ferrer. (Desde una antropología materialista).

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Hace un tiempo abrí un foro de discusión y debate en Academia.edu en torno a la influencia que sigue ejerciendo la teología (y sus dogmas e ideas preconcebidas) en la investigación histórica sobre los orígenes del cristianismo. Es decir, propuse valorar los errores descomunales que gran parte de los investigadores de esta especialidad han mantenido en las últimas décadas del siglo pasado y siguen manteniendo en pleno el siglo XXI, debido a su encadenamiento a ideologías derivadas de posiciones eclesiásticas (católicas o luteranas). Por supuesto, no me refería solamente a las posiciones de historiadores católicos o protestantes, mediatizados por sus creencias (que no todos lo están, hay que reconocerlo. Cf. Rudolf Bultmann, Jean Daniélou, Antonio Orbe, etc.), sino a muchísimos historiadores también que se dicen agnósticos o ateos, pero cuyas investigaciones siguen dominadas y atadas (sin ellos saberlo) a la teología y a las ideologías derivadas de las posiciones de la Iglesia.

Al abrir este foro de discusión no pretendí otra cosa que una aproximación y un mero tanteo del estado de la cuestión entre expertos y profesores de todo el mundo: un mero acercamiento a las posiciones de un asunto que considero muy importante y de gran interés. El texto que propuse como base del debate fue: «Mito, ritual y significado del Sacrificio del Rey Sagrado. Los arcaicos orígenes del mito cristiano», que se encuentra entre los artículos que he publicado en Linkedin; y que no fue, en un principio, más que una remota referencia al verdadero «meollo de la cuestión», como señaló con razón un especialista argentino.

Pero el debate se transformó radicalmente y llegamos a ese «meollo e la cuestión» cuando publiqué (como respuesta a las objeciones vertidas en el foro) el texto que publico bajo estas líneas: «Dodecálogo de errores y despropósitos. En torno a las fraudulentas y estériles investigaciones sobre los orígenes del cristianismo».

Como el texto base de la discusión lo publiqué en español e inglés, he de reconocer que el foro constituyó un éxito que superó con creces mis modestas expectativas iniciales. Hubo más de cuatrocientos lectores y más de cincuenta participantes activos. De tal manera que, tras esta experiencia, quiero reabrir este foro en Academia.edu el 15 de septiembre, pero no con el texto base inicial (que he de reconocer quedaba un poco alejado de la problemática planteada), sino con el texto que propongo a los amigos de Linkedin bajo estas líneas.

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Dodecálogo de errores y despropósitos.

EN TORNO A LAS FRAUDULENTAS Y ESTÉRILES INVESTIGACIONES SOBRE LOS ORÍGENES DEL CRISTIANISMO

Considero que la influencia secular de la teología y de la dogmática de la Iglesia (heredada ésta, en gran medida, por los reformadores luteranos), así como la ideología generada a lo largo de dieciocho siglos sobre el sustrato del Nuevo testamento, han llevado y siguen llevando en pleno siglo XXI a grandes errores de estudio e interpretación de los orígenes del cristianismo. Presento un dodecálogo de los errores que considero más importantes, y que a mí más me sorprenden y me la llaman la atención.

1) Interpretar las cartas atribuidas a la figura de Pablo de Tarso desde la teología y desde unos textos editados y manipulados por la Iglesia (con sus correcciones, interpolaciones y enmiendas) a finales del siglo segundo; y no desde una visión más amplia que empiece por la base y el principio. Es decir, encuadrando este epistolario dentro de una visión histórica que debe comenzar (diacrónicamente hablando) con el cristianismo de Marción y con el cristianismo de los maestros gnósticos (Valentín, Basílides, Carpócrates, Ptolomeo, etc.), para quienes Pablo de Tarso fue, ni más ni menos, que «el Apóstol de la Resurrección». Pues la muerte y la resurrección del Mesías-Cristo, en Pablo, no fueron otra cosa que el relato alegórico del anonadamiento y la muerte del Espíritu, ejecutada por los arcontes de este mundo (señores de la materia cósmica), y el despertar a la Sabiduría y a la identidad con Cristo, a la fe en la resurrección del Espíritu de Dios (misteriosofía y protognosticismo).

Todo el mundo debe saber que, escritas en griego, las cartas fueron anteriores a los evangelios (también escritos en griego), y, tal y como hoy las conocemos, llegaron tarde: varias décadas después de haber sido exhibidas e interpretadas por el heresiarca Marción y por los maestros gnósticos. Primeramente, aconteció la mística judía y el protognosticismo; luego, llegaron las interpretaciones y los dogmas de eclesiásticos… Pues la Iglesia no nació en el evangelio de Mateo (como cuenta la leyenda piadosa), sino tras una lucha despiadada de ciertos obispos «judaizantes» con el alegorismo textual, con el cristianismo de Marción y con el cristianismo de los maestros gnósticos. Y quien no entienda los fundamentos del cristianismo como un proceso constructivista de textos e ideología con base en la tradición sapiencial y apocalíptica, e inspirado en el Libro de Daniel, (como algo completamente ajeno a las leyendas piadosas de «Hechos de los Apóstoles») no entenderá absolutamente nada de todos estos asuntos.

2) Considerar los tres evangelios sinópticos como biografías de Jesucristo (o de Jesús, como se dice en estos tiempos) es otro de los errores descomunales de la sedicente investigación contemporánea; algo que afirman muchos investigadores sin fundamento alguno. En líneas generales, estos puntos de vista se encuadran en la consideración de estos tres textos como una crónica histórica de la Judea del siglo primero: un relato, más o menos afortunado, de la historia herodiana de Judea y Galilea.

3) Otro de los errores más importantes deriva de la incapacidad (y la ignorancia) para entender que los evangelios (en un sentido amplio, que incluye a canónicos y gnósticos) son literatura midrásica (Midrash-Pésher): textos alegóricos y simbólicos inspirados en motivos escriturarios que implican, al menos, dos niveles diferentes de lectura. Una literatura desarrollada, en origen, sobre el trasfondo de los arquetipos de la ideología apocalíptica (revelación, reino de Dios, juez celestial, juicio final, resurrección de los muertos, etc.) en transición, tras la destrucción del Templo de Jerusalén, el año 70, a un protognosticismo de base pre-paulina y paulina (revelador, descenso del Espíritu-Hijo de Dios, salvación, regreso a los cielos, etc.). Un protognósticismo que, imbuido de platonismo, condujo desde la literatura apocalíptica al gnosticismo cristiano de finales del siglo primero y de los siglos segundo y tercero.

4) …No entender que los evangelios sinópticos (en un sentido emic) no fueron otra cosa que el relato del mito del descenso a la tierra y la encarnación del Espíritu, en el más amplio sentido del protognosticismo y del gnosticismo cristiano. Es decir, el tardío relato platónico del descenso del alma al mundo sensible, que moría o se anonadaba, prisionera y clavada con clavos a la materia (madera), bajo la expectativa salvífica de la resurrección y el ascenso final a los cielos. En un sentido mítico, podemos hablar del descenso del Vástago del Bien (platónico) o del Hijo de Dios-Sabiduría, como quiera que queramos denominarlo.

5) …No entender, como reconocía el gran Raimundo Panikkar (a quien siempre he admirado, a pesar de las grandes diferencias (materialismo frente a misticismo)… No entender, decía, que, en el cristianismo, «primero fue el Verbo (el Logos) y posteriormente vino la carne». Esto es algo evidente en las cartas paulinas, en el gnosticismo cristiano y en el cuarto evangelio. Y aparece de forma manifiesta también, aunque no de manera evidente, en los tres evangelios sinópticos. Lo primordial en estos tres textos (sinópticos) es, ante todo, el descenso del Espíritu (el Hijo de Dios), quien desciende, a modo de revelador (como los salvadores zoroastrianos y la figura central del mito gnóstico), para salvar a los hombres dormidos (muertos) y prisioneros de la materia; de tal manera que la resurrección (el despertar) será la recompensa de los «elegidos» y los privilegiados por la «gracia» divina. En el evangelio de Marcos, el Espíritu desciende en el Jordán en sus primeras líneas. Y los evangelios de Mateo y Lucas presentan como base el mito de la encarnación del Espíritu, y no otra cosa.

6) …No entender ni saber absolutamente nada, más allá de los dogmas de teología, del mito de la encarnación del Espíritu-Sabiduría-Hijo de Dios. Es decir, desconocer el componente platónico del fenómeno y no saber qué es el mito de la encarnación del Espíritu desde un punto de vista antropológico (e histórico), materialista, naturalista o positivista.

Por ello, he de dejar claro que no fue Cristo quien se encarnó en Jesús de Nazaret, como afirman muchos piadosos catequistas y desinformados profesores. Tampoco cargaron sobre las doloridas espaldas de «un galileo rebelde» (Jesús) la pesada carga de la teología, como opinan muchos historiadores de tercera y cuarta categoría. En un sentido emic, lo que relatan los textos evangélicos es la encarnación del Espíritu-Sabiduría-Hijo de Dios en la doble figura judaica de Jesús-Josué/Mesías-Christós; a través de cuya narración mítica el Hijo de Dios se hacía hombre. Si bien, en un sentido etic, y como he repetido en innumerables ocasiones, hemos de reconocer el carácter alegórico y simbólico de los textos; quienes, más allá de la lectura literal (el Hijo de Dios se hace Hombre) y en una lectura más profunda, nos transportan a la idea gnóstica del componente divino (la chispa de luz) en el interior de la carnalidad humana. Como bien decía Campbell, «Dios no se hacía Hombre, ni divinizaba y adoptaba a un ser humano; sino que el hombre, el propio mundo, se sabía divino; de cuya experiencia antropológica se derivaba un campo de inagotable profundidad espiritual». He aquí el secreto y la base del mito de la encarnación de la divinidad.

7) …No comprender, o no querer entender, que la ideología redentorista del perdón de los pecados por la monstruosidad de la sangre derramada, el sufrimiento y la humillación del Siervo Sufriente, o el Cordero de Dios, fue algo realmente tardío, de finales del siglo segundo y el siglo tercero (me ciño a la obra de Rudolf Bultmann, a quien la moda y las ideologías de poder eclesiástico y académico han condenado al cuarto de las ratas). El perdón de los pecados y la redención por la sangre fue algo muy posterior a la misteriosofía y el protognosticismo de Pablo de Tarso, y también posterior al primitivo gnosticismo cristiano, donde la muerte y la resurrección significaban cosas muy distintas de las interpretadas por los obispos de la Iglesia. Está de más afirmar que la noción de «Satisfacción Vicaria» fue planteada, por primera vez, por Ireneo de Lyon, a finales del siglo segundo; y no fue desarrollada hasta San Anselmo, en el siglo XI, fecha en la que, según los especialistas en iconografía religiosa, aparecieron los primeros crucifijos con el Cristo sufriente y la cabeza ladeada hacia un costado.

8) En consecuencia, ignorando todos los aspectos anteriores, algunos sedicentes historiadores se empeñan, una y otra vez, en el error metodológico garrafal que supone separar «el cristo de la fe» y «el Jesús histórico». Una separación arbitraria y caprichosa que, a todas luces, conlleva una petición de principio (petitio principii); pues sabemos a ciencia cierta lo que es o lo que fue «el Cristo de la Fe» (el Espíritu de Dios, el Hijo del Altísimo, etc.), pero nadie sabe, más allá de los dogmas de la Iglesia, lo que fue «el Jesús histórico» o el componente humano de la divinidad. Entiendo que solamente desde la influencia de la teología o desde la ideología que ha destilado la Iglesia a lo largo de dieciocho siglos, se puede proponer semejante barbaridad metodológica.

Lo he repetido en innumerables ocasiones… La primera referencia a la humanización del mito la tenemos muy tardíamente, en torno al año ciento cuarenta, en Hechos de los Apóstoles, una obra de propaganda eclesiástica de muy dudosa historicidad. Y, luego, en Justino Mártir, justo a la mitad del siglo segundo, quien habló en su Diálogo con Trifón de un «maestro crucificado». Posteriormente, la teología conciliar concibió a Jesucristo como “dios y hombre verdadero”, pero éste es asunto que no le compete a la investigación científica.

9) Otro error es no ver, o no querer ver, que los cuatro evangelios canónicos no aparecen documentados en los textos hasta la segunda mitad del siglo segundo. Prueba de ello fue que, a pesar de las oscuras referencias de Papías de Hierápolis, Justino Mártir, a mediados del siglo segundo, desconocía los evangelios como tales.

Los evangelios canónicos (editados y ultimados literariamente por los obispos en la segunda mitad del siglo segundo) plantean problemas del siglo segundo sobre la base de textos apocalípticos de finales del siglo primero y muy próximos a la tradición qumranita. De ahí que en sus páginas se combinen asuntos tan heterogéneos y disparatados como la ideología apocalíptica y el protagnosticismo, (hasta cierto punto asimilables dentro de una línea de evolución cultural en el tiempo), y el fariseísmo rabínico de las bienaventuranzas (completamente inasimilable y refractario a las corrientes anteriores).

10) No entender o no querer entender que «Jesús» y «Josué» son el mismo nombre, expresado a través de dos significantes diferentes. Los cristianos en general, la mayoría de los teólogos y muchos funcionarios académicos olvidan con facilidad que lo primero que hizo Josué-Jesús (el hijo de Nun) antes de entrar en la Tierra Prometida fue atravesar el Jordán (a modo de rito o bautismo iniciático), elegir a doce discípulos (uno de cada tribu de Israel) y amontonar doce piedras en señal de conmemoración.

Los traductores latinos y occidentales, de manera muy especial, han jugado despiadadamente con la terminología griega de origen. Y un buen ejemplo lo constituye la manipulación del nombre del héroe evangélico; aunque hay muchísimos más ejemplos cuya enumeración desbordaría el propósito de este texto.

11) Por lo demás, resulta imperdonable la ignorancia y la negación por los cristianos, los teólogos y muchos funcionarios académicos de un judeocristianismo protognóstico anterior a Pablo de Tarso, y que, en consecuencia, no puede ser considerado como paulino. Se trata de un cristianismo en el que no hubo muerte ni resurrección de Jesucristo; tan solo descenso del revelador o salvador a la tierra y regreso a los cielos tras haber cumplido su misión salvífica. Ejemplos patentes de este «cristianismo» judío primitivo y no paulino son el Evangelio Gnóstico de Tomás (me baso en el criterio de temporalidad establecido por Koester, Crossan, Pagels y otros) y las Odas de Salomón (Jack T. Sanders).

Está claro que el Evangelio de Tomás no es una hipótesis construida desde la teología y la filología, como la «Fuente Q»: es un evangelio gnóstico real que narra los dichos de un Cristo-Revelador que no muere ni resucita. Las Odas de Salomón, apócrifo judío de carácter gnóstico, hablaban (antes de Pablo de Tarso y de Marcos) de la encarnación del Hijo de Dios, y allí la Virgen concebía también por obra del Espíritu, que se presentaba en forma de paloma. La cruz era el árbol sagrado sobre el que Cristo-Salvador extendía sus brazos (tal y como los Oráculos Sibilinos presentaban a Josué, el hijo de Nun (el pez)), al tiempo que el Mesías-Cristo se paseaba también sobre las aguas: «Sus huellas se mantenían firmes sobre el agua, sin ningún problema, pues eran tan firmes como el árbol que está verdaderamente levantado». Las Odas de Salomón hablaban, en definitiva, de un Cristo-Mesías judío de carácter gnóstico (o protognóstico) que se sobreponía a la muerte a la que le llevaban sus perseguidores, ascendía finalmente a la gloría y descendía también a los infiernos.

12) Finalmente, la ignorancia expresada en el punto anterior la hago extensiva a la ignorancia, muy generalizada, de lo que se conoce como «Apócrifos Judíos Intertestamentarios», quienes, junto a la obra de Filón de Alejandría y ciertos textos de Qumrán, constituyen la base de las teologías-mitologías del gnosticismo cristiano y del cristianismo católico de la Iglesia. Se trata de construcciones textuales basadas en las metodologías Midrash-Pésher que rescatan, invariablemente, figuras y temas escriturarios para injertarlos en la problemática (apocalíptica, sapiencial o protognóstica) y ofrecer respuesta a los interrogantes y preocupaciones de su momento histórico. Así, encontramos las «Odas de Salomón»; la «Sabiduría de Salomón»; los «Salmos de Salomón»; el «Apocalipsis Siriaco de Baruc (II Baruc)»; «IV Esdras»; el «Libro de las Parábolas de Henoc (1 Henoc)»; los «Oráculos Sibilinos»; la «Asunción de Moisés»; los «Testamentos de los Doce Patriarcas»; el «Apocalipsis de Moisés»; la «Vida de Adán y Eva»; «José y Asenet»; «Oración de Manasés»; «2 Henoc»; «3 Henoc»; «Ascensión de Isaías»; «Testamento de Adán»; «Testamento de Job»; «Testamento de Moisés»; «Testamento de Abraham»; «Testamentos de Isaac y de Jacob»; «Testamento de Salomón»; «Apocalipsis de Adán»; «Apocalipsis de Abraham»; «Apocalipsis de Elías»; «Apocalipsis de Sofonías»; «11QMelquisedec»; etc., etc., etc.

Concluyo afirmando tajantemente que no conocerá los verdaderos orígenes del cristianismo quien no conozca a fondo todos estos textos apócrifos judíos.

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© Eliseo Ferrer